sábado, 29 de octubre de 2011

Capítulo 29 - Secuestros.

¿Qué iba a hacer ahora?, se supone que yo debo de cuidar esas piedras, pero ahora una estaba extraviada cuando no debía estarlo.
Oh por Dios, ¿Dónde estará la piedra?
Salí del sótano y el único lugar que se me ocurrió ir para buscar al señor Copelan fue el departamento de la directora Luisa.
Subí las escaleras encontrándome con la puerta y toque un poco fuerte. A los pocos segundos la directora abrió la puerta y me miro con desdén.
—Rebeca, ¿Qué haces aquí? —dijo ella en tono bajo.
—Necesito hablar con el señor Copelan, y me imagine que estaría aquí—dije para luego morder mi labio por el nerviosismo.
Ella me miro un momento como dudando y luego abrió la puerta: —Si, él está aquí, pasa.
Di dos pasos dentro del apartamento que no había cambiado absolutamente nada desde que vine por primera y única vez. Mire a mi lado izquierdo encontrando al señor Daniel Copelan sentado en los elegantes muebles de color blanco.
—Rebeca, ¿Qué sucede? —dijo el con una media sonrisa que me dejaba ver lo parecido que eran él y su hijo.
—Es que…—no sabía cómo decirle, ya que tanto el como la directora se alterarían—, una de las piedras…
— ¿Qué sucede? —Dijo ahora serio—, Rebeca sabes que puedes decirme lo que sea.
—Es que—suspire y cerré mis ojos—, la piedra de la tierra desapareció.
No se escuchaba ningún ruido, yo aún tenía mis ojos cerrados.
Lo que pensé que sucedería aun no pasaba. Pensé escuchar regaños, gritos, reclamos… pero nada pasaba.
Abrí mis ojos y el señor Copelan me miraba con los ojos abiertos como platos, y aun no se movía ni un centímetro.
— ¿Co… como dices? —dijo la directora detrás de mí.
Yo no voltee, sabía que ella si me daría mi buena reprimenda y ya bastaba con los nervios y la angustia que sentía.
Pero nada de lo que pensé sucedió, o por lo menos no de inmediato. Estaban paralizados, como en shock.
— ¿Cómo se te pudo perder? —dijo la directora.
—Es que cuando fuimos al sótano no la utilizamos y el señor Copelan la puso a un lado—dije hablando rápido—, y pues cuando nos devolvimos nadie la recordó.
— ¡¿Estas tratando de culparnos?! —grito ella, yo aún no la veía.
—Déjala en paz Luisa—dijo al fin el señor Copelan quien se levantó y se acercó a mí para poner sus manos en mis hombros y preguntar: — ¿fuiste a ver al sótano?
—Sí, la busque antes de venir aquí—dije yo en un susurro—. Me abrió la puertecilla del sótano, un hombre alto de camisa blanca.
—Sí, es uno de nuestros ayudantes—dijo el señor Copelan. Detrás de mí podía escuchar los pasos de la directora Luisa—. No te preocupes investigaremos, pero en este momento tu deberías estar descansando… no te preocupes nosotros nos encargamos.
Trate de protestar pero no me dejaron quedar—investigarían a todo los hechiceros que hayan podido abrir la puerta—y me mandaron derecho a mi habitación.
Cuando estuve segura en ella, me cambie—me puse la pijama que traje—y me acosté, fue cuando me di cuenta lo tensa que estaba.
Di muchas vueltas en mi cama, pero no pude relajarme ya que muchas cosas rondaban mi cabeza.
Mi familia, Andrew, Jonathan, la piedra perdida, mi hermano… eran unas de las cosas que no podía ni debía olvidar. Y pues ahora no me dejaban dormir.

***

Eran las diez de la mañana y yo había dormido por ratos. Me parecía que dormía demasiado y al ver el reloj apenas pasaban de diez a veinte minutos.
Ne me importo, y me levante dirigiéndome al baño. Lave mis dientes y me di una ducha rápida y es que ya quería saber que había pasado en la madrugada. ¿Habrán encontrado la piedra?, pues eso espero.
Salí del baño para vestirme. Me puse una blusa manga larga roja y unos jeans y luego mi abrigo—estaba haciendo frio—. Cuando iba a salir di dos pasos atrás para tomar las piedras y las metí en el bolcillo de mi suéter, no permitiría que estas también se extraviaran.
Cuando les tome me dirigí a la puerta y antes de salir alguien toco. Me detuve en seco, la primera persona que me vino a la mente fue Andrew… si era así pues hablaría con él.
Puse mi mano en la manilla de la puerta y cuando la abrí lastimosamente no era quien yo esperaba.
—Buenos días—dijo Jonathan que estaba parado frente a mí. Podía ver que su labio estaba hinchado por el golpe de ayer.
— ¿Qué haces aquí? —dije cruzándome de brazos.
—No saludas—medio sonrió—, al parecer ahora además de tu maestro seré tú… guardaespaldas.
La idea no me gustaba demasiado, no por Jonathan si no porque me traería de nuevo problemas, lo sabía.
— ¿Solo tú serás mi guardaespaldas? —pregunte incomoda.
—No, Raimundo ahora esta con tu noviecito pero luego cambiaremos—dijo con mala cara—, será por turno o algo así.
— ¿Tu cuidaras de Andrew? —dije con los ojos abiertos como platos. Si, esto me traería problemas.
—Mi trabajo lo separo de lo personal—dijo con voz firme—, o por lo menos la mayoría de las veces—susurro para sí mismo. No quise preguntar, no quería saber el porqué de lo que decía.
Suspire y salí de la habitación. Iba camino a la cafetería recordando que ahora no estaba Peter, y que si estuviera las cosas serían un poco más fáciles… con eso de que él es mi protector no necesitaría a cierto guardaespaldas.
Me detuve y mire a Jonathan que caminaba a mi lado sin decir palabra: —Jonathan, ¿tienes un computador?
—Una laptop, ¿Por qué?
—Me la podrías prestar—dije juntando mis manos—, deseo escribirle a Peter y Claudia.
—Claro, vamos a mi habitación—dijo el mirando su reloj de muñeca—, pero ¿no quieres desayunar antes?
—La verdad no, no tengo apetito.
—Pues entonces vamos—sonreí y nos encaminamos a su habitación. 
Cuando llegamos, él se dirigió a su armario para sacar una pequeña laptop y luego me la ofreció.
Me senté en la única cama de este lugar mientras Jonathan me esperaba recostado a la pared.
Entre en mi correo para escribirle a Peter:
“Hola querido amigo. No sabes cuánto te extraño, y sobre todo ahora que están pasando cosas tan extrañas.
Ni te imaginas donde estoy… solo puedo decir que no es en Canadá.
Espero que al menos tú pases un feliz inicio de año, ya te explicare lo que quieras.
Rebeca.”
Suspire. Sabía que con eso se preocuparía, pero tenía miedo y no quería decir nada que lo perjudicara a él… si mi “hermano” estaba aquí… podía saber cualquier cosa de mí y de mis amigos.
Revise mis contactos, y Claudia estaba ahí… decidí hablarle y preguntar cómo iba todo.
R: ¡Hola Claudia! ¿Cómo estás? ¿Qué tal navidad?
C: Hola Rebeca, navidad pues no me quejo… y en como estoy no te mentiré.
Fruncí el ceño. ¿Qué le pasaba?
R: Dime, ¿Qué sucede?
C: Es Víctor, no sé nada de él… y su familia tampoco.
R: ¡Oh por Dios! ¿Cuándo desapareció?
C: Exactamente una semana.
R: No te preocupes Claudia, sabes cómo es… quizás que planea.
C: He tratado de convencerme de eso, pero creo que es inevitable preocuparme. Pero cambiemos de tema, dime ¿Qué tal te va?
R: Pues me encantaría decirte que bien, pero no es así. Cosas extrañas están pasando.
C: ¿A qué te refieres?
R: No puedo decir mucho, sobre todo porque no quiero meterte en mis problemas… no estoy en Canadá, tuve que venir al instituto. Cuando todo se solucione hablamos.
C: Explícate.
R: No puedo, Adiós.
Cerré todo. Seguro se enojaría conmigo, pero prefería eso a meterla a ella en problemas.
— ¿Terminaste? —dijo Jonathan con sarcasmo.
Puse mis ojos en blanco y luego le devolví su pequeña laptop: — ¿Tú que crees? —dije con el ceño fruncido, ya que pensaba en la desaparición de Víctor.
— ¿Qué sucede? —dijo con una mirada penetrante, como si analizara mis pensamientos.
—Nada, es solo que Claudia me dice que Víctor está desaparecido—le explique—, nadie sabe de él.
—No te aflijas—dijo Jonathan dejando la laptop en su cama para luego abrir la puerta—, ya sabes como es.
—Lo sé, pero es inevitable preocuparse—repetí la frase de Claudia—, y aunque no me caiga muy bien no le deseo nada malo.
Caminamos fuera del edificio: —Vamos a la oficina de la directora—dije mientras seguía caminando.
—Como quieras—dijo Jonathan pensativo.
Mientras caminábamos nos conseguimos en el camino con Andrew—que estaba con Raimundo—quien no nos dirigió ni una mirada.
Tenía el ojo morado—como supuse que tendría—y la boca un poco rota.
Yo baje la mirada, quería hablar con él. Al fin llegamos a la dirección y por casualidad—o causalidad—Andrew vino al mismo lugar.
—Buenos días—le salude en la puerta de la dirección.
El solo me miro de reojo, ¿Por qué tenía que ser tan orgulloso?
—Bueno días Rebeca—dijo Raimundo sonriente. Al parecer el no notaba la tensión que había en el ambiente.
Yo le sonreí de vuelta sin muchas ganas. Y entre en la dirección detrás de Andrew—que acababa de entrar—, dejando la puerta abierta para que pasaran los “guardaespaldas”.
Nos encontramos con la directora sentada en su escritorio y el señor Copelan recostado en la pared. Se veían cansados y pensativos.
Cuando alzaron las miradas para vernos llegar abrieron los ojos como platos: — ¿Qué te paso? —dijo el señor Copelan dirigiéndose a Andrew y acercándose a él.
La directora también se acercó lo suficiente a Andrew como para tocarle el ojo morado: —Nada importante, díganme ustedes ¿Qué esta pasando? —dijo Andrew muy serio y quitando la mano de su madre de su cara.
Ellos le miraron y luego a mí: —La piedra de la tierra sigue perdida, y no cualquiera debe tenerla... —dijo el señor Copelan, y yo entendí lo que quiso decir.
Lo más seguro es que mi “hermano” la tuviera, y eso era más que peligroso para el otro mundo, ese que todos aquí intentaban proteger.
— ¿Qué haremos? —pregunte alarmada.
—Por ahora, seguiremos protegiéndoles a ustedes dos—dijo el señor Copelan señalándonos a Andrew y a mí—, y por supuesto la entrada a nuestro mundo.
—Creo que mi tiempo aquí se prolongara lo suficiente como para empezar las clases de nuevo—dije con una sonrisa sin alegría.
Me preocupaba que mis padres despertaran y no me vieran, o que en este momento me estuvieran buscando.
—No quiero saber más nada—dijo Andrew y salió del lugar.
Yo mire al señor Copelan y sin decir nada más salí detrás de Andrew: —espera, por favor—dije antes de que saliera de la pequeña recepción.
Él se detuvo y volteo a verme: — ¿Qué se te ofrece?
—Deja de hablarme así, sabes que quiero…
—No, no lo sé—dijo el dejando ver un poco de su enojo—. ¿Y tú? ¿Sabes lo que quieres?
Pensé muy bien su pregunta, sabía que se refería a Jonathan. Él pensaba que yo le quería, que había querido besarlo… que le había traicionado.
Mire detrás de mí, Raimundo y Jonathan: —salgamos de aquí antes de que tengamos que andar con ellos cuidándonos.
Me acerque a Andrew y le tome del brazo jalándolo para sacarlo de ese lugar. Él se resistió un poco pero a la final se dejó llevar por mí, tal vez fuera una buena señal.
Empecé a caminar, el único lugar que se me ocurrió llevarle fue a la piscina—que para esta época del año estaba cerrada y nadie más que los de mantenimiento entraban al lugar—para que no nos molestaran.
Cuando llegamos me senté en una de las mesas del lugar, el dudo un poco—como si quisiera hacerse el difícil—pero luego se sentó frente a mí.
— ¿Quieres la respuesta a tu pregunta? —dije mirándole, pero el evitaba mi mirada—, estoy segura de lo que quiero, Andrew.
El me miro de reojo: — ¿Y qué es?
— ¿Sabes lo que significa almas gemelas? —el no respondió—, almas gemelas significa lo que tú y yo somos.
—Si de verdad pensaras eso, no te besarías con cualquiera—dijo el sin mirarme.
—No soporto en lo que te conviertes cuando te enojas—le dije con el ceño fruncido.
—Di lo que quieras—susurró.
—Lo siento, es que…—sabía que no debí haber dicho eso—, Andrew escúchame, déjame contarte los recuerdo que vi cuando Jonathan me beso.
—No quiero saber de tu feliz pasado con él, gracias—dijo el mientras se levantaba.
Yo me levante con él y le tome un brazo: —mi “feliz pasado” como tú le dices, es solo contigo. Jonathan es solo mi ex prometido, al que tú mataste por mi mano.
Andrew me miro, pude ver—además de sus hermosos ojos—la confusión en su rostro: —se llamó Haro, y fue mi prometido antes de conocerte en mi vida pasada. Él venía de una buena familia al igual que tú por lo que mi padre permitió un duelo en el que tú saliste victorioso. Haro murió.
La mirada de Andrew cambio, además de seria era sabia y nostálgica: —Kelta, ¿tú le amaste? —en ese momento supe que quien hablaba era su mismísima alma.
Y como si mi cuerpo se hubiera desconectado de mi presente y me hubiese conectado con mi pasada vida solo pude decir: —yo solo pude, puedo y podre amarte a ti, Kandor—sin querer decir una palabra más me acerque y le bese con dulzura.
El me correspondió el beso y puso sus manos con delicadeza en mis mejillas. Amaba a Andrew como nunca pensé amar a nadie.
Le amaba con cada fibra de mí ser, cuerpo, alma y corazón.
Seguí besándole con ternura, pero con los segundos el beso se hacía más exigente por lo que nos separamos un poco.
—Yo también te amo—dijo rozando mis labios con los suyos y dejándome sentir su aliento—, pero la idea que de que otro haya besado estos hermosos labios hace hervir mi sangre.
—Quiero que sepas, que yo nunca quise hacerlo—dije sin alejarme ni un poco de el—. Peleamos, le cachetee y me beso… no lo detuve, lo sé. Pero es que todas esas imágenes llenaron mi mente.
Note su suspiro: —No quiero que te vuelva a besar, o lo mato—pude notar que la amenaza no era solo de palabra para el ausente Jonathan.
—No te juegues con eso—dije un poco angustiada, ¿Qué la historias se vuelva a repetir?, No lo creo conveniente.
Andrew bajo sus manos de mis mejillas, a mis hombros por mis brazos hasta tomar mis manos y luego me sonrió—esa sonrisa que tanto extrañe—se acercó y beso mi frente.
—Por cierto—dije con una pequeña sonrisa—, gracias por el anillo.
—Ese anillo es una antigüedad—aun sonriendo al igual que yo—, es como una herencia familiar.
— ¿Enserio?
—Sí, antes fue de mi madre—dijo el que empezó a caminar para que saliéramos de la zona de la piscina—, se lo dio mi padre antes de casarse.
— ¿Y porque me lo diste?
—Porque este anillo solo se lo han dado en mi familia todos los hombres a las mujeres que han amado de verdad—dijo el tocando el anillo en mi mano.
Yo me sonroje un poco. Sabía mejor que nadie lo que él me quiere, pero no hay comparación con escucharlo de sus labios.
Caminamos a la dirección de nuevo, debíamos encontrarnos con Jonathan y Raimundo. Ya me parecía raro que no nos estuviesen buscando, además ya quería desayunar.
Cuando llegamos la puerta estaba cerrada, intentamos abrir pero tenía seguro.
—Qué extraño—dijo Andrew—, mamá nunca deja seguro a esta puerta a menos que sea de noche.
Fruncí el ceño, tenía un mal presentimiento: —Andrew, hay que tumbar esta puerta—soné un poco paranoica.
— ¿Por qué lo dices? —dijo mirándome preocupado.
—Hay alguien encerrado ahí… o eso creo—con solo decirle eso Andrew puso manos a la obra.
—Aléjate de la puerta—dijo el dando unos cuantos pasos atrás para luego correr a la puerta y darle con fuerza.
Repitió eso varias veces hasta que al fin la puerta cedió, y como supuse había alguien adentro.
— ¡Papa! —grito Andrew acercándose al señor Copelan que estaba en el suelo.
Estaba sorprendida, el señor Copelan tenía la camisa rasgada y su brazo derecho—que estaba descubierto—tenía una herida grave, una herida que solo se podía hacer con fuego.
Me acerque a Andrew y tuve una mejor visión de las heridas.
En su frente tenía un golpe, que más seguro que ese es el que le haya dejado inconsciente y en sus costados otras quemaduras.
—Oh por Dios—dije impresionada— ¿Qué paso?
—Busca el maletín de primeros auxilios—dijo Andrew desesperado.
Busque con la mirada en toda la oficina, encontrando el botiquín de primero auxilios en una mesita en la esquina izquierda.
Lo tome y se lo acerque a Andrew, él lo abrió y saco una botellita de Alcohol.
Destapo la botella y la paso cerca de la nariz de su padre que a los pocos minutos reacciono tosiendo un poco.
—Gracias a Dios que despertaste—dijo Andrew un poco más tranquilo.
—Hijo, que bueno que ustedes estén bien—dijo el señor Copelan con la voz un poco pastosa.
Él señor Copelan abrió los ojos poco a poco, y cuando reconoció por completo lo que estaba sucediendo note la desesperación y los nervios que tenía.
—Andrew, se llevaron a tu madre. 

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