—Eres la novia de mi hijo ¿cierto?—dijo antes de reírse por lo bajo.
Lo único que me venía a la mente era su nombre… D.C. o más bien Daniel Copelan. De pronto todo encajaba, o casi todos. Estaba recuperando cada pieza del rompecabezas que se iba armando solo lentamente.
—Daniel Copelan… D.C—susurre lo que pensaba y le mire.
— ¿Qué dijiste?—dijo sorprendido con sus ojos abiertos como platos.
— ¡D.C!—Grite señalándole—, usted es…
— ¿De que estas hablando? ¿Qué sabes de mí?—dijo el bajando el tono de voz.
—No lo suficiente como para saber que era el padre de Andrew—dije en un susurro—, acompáñeme a mi habitación.
Salí de la pequeña biblioteca ahora sin cuidado, sabía que el señor… Copelan, venía detrás de mí porque escuchaba sus pasos.
Cuando llegue a la puerta de mi habitación, abrí con prisa por lo que me tarde un poco más y pase dejando la puerta abierta para que el señor Copelan pasara.
Rebusque entre mis cosas encontrando el diario, y luego voltee a verle:— ¿Es de usted?
— ¿Dónde lo encontraste?—dijo el con una sonrisa.
—Entonces si es de usted—susurre.
— ¿Pero dónde lo encontraste?—dijo acercándose y tomando el diario, su diario, en sus manos.
—En la biblioteca de Reino Futuro—dije mientras le veía ojeándolo.
—No recuerdo haberlo dejado ahí, pero a veces la memoria falla cierto—dijo mirándome con dulzura.
—Señor Copelan, ¿Quién es Kelta?—pregunte y es que quería corroborar mis sospechas.
—Kelta, ella es la primera vida de tu alma—dijo el sentándose en la cama de la habitación.
—Lo imagine—dije sentándome a su lado.
—Hay mucha historia detrás de tu alma, que por lo que veo la conoces gracias a este diario—dijo señalando el diario.
—Pues sí, no puedo creer que quien viva esto soy yo—dije mirando la alfombra.
—Creo que a cualquiera le pasaría eso, yo no creería… y mi hijo, ¿Cómo esta Andrew?
—Está muy bien—sonreí al recordarle—, es todo un romántico y lo amo—luego mire al señor Copelan que me sonreía, por eso me ruborice.
—Ven quiero entregarte lo que es tuyo—dijo tomando mi mano y guiándome de nuevo a la biblioteca.
Cuando llegamos a la biblioteca el soltó mi mano y se caminó directamente a los tres cofres de madera.
De uno saco el relicario, y del otro… ¡Una piedra!
—Te pertenece—dijo acercándose a mí—, es la piedra de la tierra.
Cuando puso la piedra en mi mano esta brillo ligeramente, pero al entregarme el relicario miles de imágenes inundaron mi cabeza, trayéndome extraños recuerdos.
Tire el relicario de golpe, pues vi a tres personas conocidas para mí, Andrew—por supuesto—, Jonathan y Víctor.
Mi primer recuerdo fue una pelea, y nada más y nada menos que entre Andrew y Jonathan.
En otro vi a Víctor, este me decía que al ser hermana de su amigo yo era como su pequeña hermanita. El me trataba con ternura.
En otro recuerdo, vi algo confuso. Yo tenía una mirada triste, y Jonathan tomaba mi mano para luego besarme los labios.
Entonces, si Víctor y Jonathan obviamente ninguno era mi hermano entonces ¿Quién?
— ¿Qué viste?—dijo el señor Copelan rompiendo el hilo de mis pensamientos.
—Muchos recuerdos, pero nada que me diga lo que necesito—dije en un susurro— ¿Quién le dio este relicario a Kelta? O bueno a mi…
—No está muy claro, algunos de los que conocen la historia piensan que fue tu prometido.
—O sea, ¿Kandor?—dije recordando el nombre de Andrew en otra vida.
—No, él es tu alma gemela—dijo el tomando el relicario que había caído en el suelo—, tu prometido era Haro, un hombre que te amo con locura pero que no es nombrado mucho que digamos.
—Sí, eso ya lo note—dije para mí misma preguntándome si Haro seria Jonathan.
—Vamos a mi oficina Rebeca—dijo el señor Copelan poniendo una mano sobre mi hombro. Yo solo asentí.
Caminamos hasta la puerta que se encontraba en el mismo pasillo.
Adentro había un muy elegante escritorio con una silla giratoria, a la derecha un librero— ¿más libros?—y detrás de mí al lado de la puerta una vitrina de trofeos.
Me recordó un poco a la oficina de la directora en el instituto.
—Siéntate, por favor—dijo el sentándose en la silla giratoria y yo en una frente al escritorio—. ¿Qué piedras tienes, Rebeca?
—Incluyendo la que me dio, tengo cuatro—dije contando con mis dedos—, la de la luna—la mostré porque colgaba de mi collar—, la del viento, la del agua y por usted la de la tierra.
—Excelente, la búsqueda se reduce a solo dos piedras—dijo el sonriente uniendo su manos.
—Querrá decir a una—dije haciendo una mueca.
— ¿Perdón? ¿Qué quieres decir?—dijo el señor Copelan frunciendo el sueño.
—Mi hermano—dije en forma de explicación, notando más confundido al señor Copelan—. Es que cuando salí del instituto a la ciudad, lo vi. Él tenía la piedra del sol.
— ¿Y quién es él?—dijo el con los ojos abiertos como platos.
—No lo sé, no logre ver su cara—dije con disgusto.
—Debes cuidarte Rebeca, no sabes que es lo que quiere…
—Algo así, me hizo mucho daño… el poder de la piedra y de él es muy fuerte—lleve mi mano a mi cabeza inconscientemente.
—Entonces debemos protegerte, él quiere todo el poder—dijo el pensativo.
— ¿Poder?—dije confundida.
—Después te explico—dijo mirando su reloj pulsera—, ahora deberías dormir… ya es pasada de la medianoche.
Pensativa, asentí parándome de la silla y salí de la oficina para ir a mi habitación.
***
Los siguientes días fueron extraños y diferentes, pero no menos entretenidos. Fueron también de mucha ayuda, ya que el señor Copelan me ayudó mucho a controlar los poderes de la piedra.
Ahora con la del agua, también podía controlar nieve y granizo.
La de la tierra todo era más complicado, sobretodo porque todo estaba cubierto de nieve y pues, porque simple y sencillamente no lo controlaba bien.
Él siempre me preguntaba por su hijo—mi querido Andrew—, al parecer no se veían mucho. Sus típicas preguntas eran: ¿has hablado con él? ¿Cómo está? Y a veces preguntaba sobre el nosotros, o sea sobre nuestra relación.
El señor Copelan siempre me alagaba por mi poder. Según el controlar tres piedras de cuatro que tenía era un muy buen trabajo. Él era un gran investigado, y como todo investigador su curiosidad era grande.
Un día me dijo:—Usa el poder de la piedra de la luna.
—Pero con quien, no quiero hacer daño a alguien…
—Úsalo conmigo, quiero ver qué cosas puedes hacer con ella—dijo medio sonriendo en un gesto que me recordó a Andrew.
Insistí en no hacerlo, pero él era persuasivo y termino convenciéndome que solo era un dolor imaginario y que no se haría daño. Me concentre y use mi poder.
Según el solo fue poco, pero pude ver el dolor en sus facciones por lo que no quise volver a intentarlo.
Era el día antes de la última noche de este año, la otra semana empezaría el otro semestre y vería a Andrew y a Peter. La verdad ya los extrañaba.
Era de noche, más o menos las ocho.
Me encontraba en la oficina del señor Copelan, mientras mi familia terminaba de cenar.
—Eres muy impresionante, cada día mejoras más—dijo el con una sonrisa dulce.
—No creo eso señor Cope…
—Te dije que no me dijeras señor, solo Daniel—dijo el con una mirada de reprobación.
—Lo siento, pero es extraño—dije con una sonrisa—, no termino de acostumbrarme.
Mientras yo hablaba el teléfono personal de Daniel Copelan sonó un par de veces: —disculpa—dijo el mientras atendía su llamada.
—Hola cielo—dijo el señor Copelan, imagine que sería la directora—. Por favor, habla con calma que no te entiendo.
En eso el señor Copelan abrió los ojos como platos y juro que el color huyo de su cara por un momento: —Pero si eso paso, él debe estar muy cerca Luisa—espacio silencioso donde ella le contesto—. No te preocupes, la llevare allá en cuanto pueda—luego colgó la llamada.
— ¿Algo paso? ¿Andrew está bien?—fue la primera persona en la que pensé.
—Gracias al cielo que Andrew está bien, pero alguien y no puede ser otra persona más que tu hermano… intento abrir el sello al otro mundo.
— ¿Otro mundo?, podría explicarse mejor—dije confundida.
Él se paró de su silla acercándose a mí: —Es cierto, aun no lo sabes… te explicaremos allá.
— ¿Allá? ¿Dónde?—dije levantándome para caminar detrás de él.
—Vamos al instituto, necesitamos el poder de las piedras y por supuesto el tuyo—el caminaba muy deprisa.
Llegamos al pasillo donde se encontraba mi habitación. Paramos en la puerta.
—Abre—hice lo que me pidió y entre junto con el—. Busca la piedra y un par de prendas, tal vez estemos un día o dos.
—Pero mañana se celebra fin de año—dije sorprendida—, mi familia se preocupara si no estoy aquí.
—Recuerda que aquel es tu mundo, Rebeca—dijo el poniendo una mano en mi hombro—, un mundo que te necesita… ya arreglaremos esto con el poder de la piedra de la luna.
Él tenía razón, y yo lo sabía muy bien. Tendría que practicar eso de la amnepatia y controlar la mente y los recuerdos.
Sin decir otra palabra tome un par de prendas calientes para el frio de España y una pijama y el resto de cosas que podría necesitar, luego de mí bolso de mano saque las tres piedras—la de la luna colgaba de mi cuello—y las metí junto con mi ropa.
—Ahora mi pregunta es ¿Cómo llegaremos rápido?—dije ansiosa.
El señor Copelan miraba la habitación como buscando algo: —en esta habitación debe haber algún espejo de cuerpo entero ¿cierto?
—Claro en el baño—junto con decir eso, el jalo de mi brazo hasta el baño y cerrando la puerta—. ¿Qué haremos aquí?
El espejo estaba detrás de la puerta mostrando nuestros reflejos:—Observa y veras—dijo él un poco sonriente.
El señor Copelan hizo un extraño movimiento de manos—primero unos círculos con el puño cerrado y luego abriendo la mano con lentitud y hacia arriba toco el espejo—para luego ver como el espejo se volvía en un remolino gelatinoso y oscuro.
— ¿Qué… que es?—dije entrecortado.
—Un portal al instituto—dijo el tomando mi brazo—, Rebeca ve tu primero yo iré detrás de ti.
—Pero, ¿Cómo?—dije mirándole a los ojos.
—Tócalo y cuando la magia te reconozca sentirás como te jala—al ver que no hacía nada, el señor Copelan subió mi brazo con lentitud para poner mi mano contra lo que antes era un espejo—. No hay tiempo que perder Rebeca.
Sentí un cosquilleo en la punta de mis dedos que se extendió por mi brazo y luego por todo mi cuerpo, y luego—como había dicho el señor Copelan—me empezó a jalar. El miedo me invadió un poco pero luego relajándome me deje llevar.
El viaje fue—como había predicho—pegajoso y un poco incómodo, tal vez fuera porque no estaba acostumbrada.
Pero de pronto sentí como la velocidad aumentaba cada vez más y más, haciendo que mis mejillas se sintieran extrañas.
Vi una luz de un azul intenso y cuando estuve a punto de llegar a ella, algo me freno. Fue extraño, estaba en esa gelatina a solo unos pasos de la luz y algo me hecho atrás con la misma velocidad.
La adrenalina que corre por tus venas cuando estas en una montaña rusa en este momento corría por mis venas, hasta que sentía que la velocidad paro y caí en el suelo de algún lugar golpeándome.
Tenía cerrado mis ojos y sin pensarlo me tire en el suelo de donde había caído. Abrí mis ojos para encontrarme con un techo blanco conocido para mí.
— ¿Rebeca? ¿Qué haces aquí?—dijo una voz conocida.
—Larga historia—dije agitada aun—, Jonathan ayúdame a levantarme—note que estaba en el salón donde el me daba las clases.
— ¿Pero qué te paso?—dijo mientras ofrecía su mano.
— ¿De qué hablas?
— ¿Cómo que de que hablo?, solo debes tocar tu cabello—dijo el cuándo ya yo estaba de pie.
Sin de verdad querer hacerlo, con mi mano derecha toque la punta de mi cabello sintiéndolo húmedo y pegajoso.
—Qué asco—susurre—, esto pasa cuando te juntas con hechiceros—dije sin pensar.
—Entonces no lo hagas—dijo Jonathan en un susurro con la voz ronca.
Yo le mire a los ojos y recordé todo nuestro pasado, o por lo menos lo único que sabía. Tenía que salir de ahí.
—Ese no es tu asunto—dije con tono orgulloso, sabia a la perfección que por su forma de ser contestaría mal.
— ¿Qué te ocurre?, tú fuiste al que dijo eso de los hechiceros para empezar.
—Tú no debiste responder, hablaba conmigo misma.
—Estás loca, ¿sabías?—dijo mirándome como si fuera un bicho.
—Como sea, me voy de aquí—dije dándole la espalda.
Pero Jonathan tomo mi brazo evitando que me fuera y me jalo hacia el:—Suéltame—dije ahora enojada.
— ¿Por qué tendría que hacerlo?—sonrió engreídamente.
—Porque yo lo digo.
—No es suficiente—entonces se empezó a acercar a mí pero con mi mano libre lo cachetee.
—No te atrevas—dije jalando mi brazo, pero él no me soltó.
— ¿Sabes cómo responde un hombre a una cachetada?—Dijo apretando un poco los dientes y sin darme oportunidad de decir nada dijo—, Así.
Se acercó a mí con velocidad y choco sus labios con los míos con brusquedad. Yo intente separarme pero con ese beso millones de imágenes empezaron a llegar.
Un anillo en mi dedo corazón, el muy feliz tomando mi mano, tardes juntos… Andrew.
Una pelea a muerte, por mi mano. Yo lo trate de evitar, no quería a nadie herido pero fue imposible, una condición puesta por mi padre al ver que dos hombres de buena familia venia por mí.
Espadas y golpes en esas imágenes mientras Jonathan movía sus labios junto con los míos como si quisiera devorarlos, y luego una imagen pasó por mi mente. Andrew apuñalando a Jonathan ganando mi mano.
Aturdida, así me sentía. Jonathan había soltado mi brazo por lo que le empuje con la fuerza que tenía apartándolo solo un poco. Aun estábamos muy cerca y nuestras respiraciones agitadas.
—Haro—dije en un susurro al que Jonathan solo asintió mientras me miraba a los ojos—. Yo… yo tengo que irme.
Esta vez Jonathan no lo impidió y salí corriendo dando un portazo.

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