miércoles, 9 de noviembre de 2011

Capítulo 4 - Bienvenida a Rosenz; Reino Futuro Rosenz



El lugar era hermoso. Cada color, cada hoja… o simplemente todo hacia resaltar su belleza.

Los “ancianos” seguían caminando, por lo que les seguí. Note como la mayoría de las personas, al adentrarnos en el pueblo, hacían cortas reverencias y saludos en dirección a los ancianos.

Una pequeña sonrisa se dibujaba en mi rostro al ver como cada persona estaba en lo suyo. Unos limpiaban sus casas y locales, los niños jugaban alegres y corrían.

—Cada persona como que organiza su vieja vida en este lugar—pensé en voz alta.

—Tienes razón—contesto Jonathan—, todas estas personas retoman sus vidas, sus casas y trabajos. Creo que hoy no habrá mucho que hacer por aquí, solo podrás conocer el pueblo…

Sonreí por lo que dijo. Conocer el pueblo se me hacia una buena idea: — ¿Qué recuerdas de Rosenz?

—Recuerdo mi último otoño aquí. Siempre venia el circo, con sus animales y grandiosos actos—el miraba hacia adelante, como si estuviera viendo lo que me contaba—. No sé si el circo “vendrá” este otoño, pero si es así me gustaría ir.

Voltee a ver a Andrew, su cara era seria de nuevo: — ¿Te gustaría conocer el lugar conmigo? —sonreí con ganas.

El me miro por unos pocos segundos, y como si no lo pudiera evitar las comisuras de sus labios se levantaron formando una linda sonrisa: —Por supuesto—luego como si yo fuera una pequeña, me despeino el cabello.

Tome la mano de Andrew, y le jale para adelantarme. Note que el lugar por donde caminábamos era de arena, y mientras más caminaba se volvía rocoso.

Camine más a prisa. Cada dos o tres casas y pequeños edificios se habría un nuevo camino—tanto a mi derecha como a mi izquierda—. De pronto, en las calle rocosa empecé a ver carretas y galeras jalada por caballos, por lo que salí de la vía para caminar por las aceras de concreto blanco.

Andrew seguía tomando mi mano y Jonathan caminaba detrás de nosotros. Voltee a verle: — ¿Aquí solo hay carretas y galeras? ¿No hay autos?

— ¿No te parece que los autos contaminan mucho? —dijo el alzando una ceja y yo solo asentí—, la verdad no sé cómo será ahora, pero cuando era niño si habían autos, aunque eran tan escasos que era extraño ver uno.

—Imagino como habrá sido la reacción de todos al llegar a la tierra, y ver todos esos autos y contaminación—dije haciendo una mueca.

—Pues sí, hay muchas cosas molestas allá… pero debíamos conformarnos, después de todo los invasores, por decirlo de alguna manera, éramos nosotros.

Frente a nosotros los ancianos caminaban con nuestras maletas. Adelante iban Brannagh y Aengus, luego el señor y la señora Copelan, y por ultimo Udjat que iba solo.

— ¿Donde nos quedaremos hoy? —pregunte.

En ese momento sin darnos cuenta habíamos alcanzado al consejo de ancianos, el señor Copelan volteo a vernos con una sonrisa que me recordaba el parecido con su hijo: —Nos acompañaran a la torre del consejo.

— ¿Torre del consejo? No es…?—Jonathan me interrumpió.

—Sí, es donde estuvimos con Raimundo—susurro.



Le di un ligero apretón a la mano de Andrew al que él me correspondió. Ignore el hecho de volver a visitar ese lugar y que con eso volverían los recuerdos. Me puse a detallar el lugar mientras seguíamos caminando.

Vi muchas casas y edificios—todas con un estilo victoriano—, luego a mi derecha encontré un lindo parque con una fuente de ladrillos color pastel. La gente caminaba despreocupada y se sentaba en las bancas de madera que había en el lugar. En ese mismo parque había un hombre que se encargaba de alquilar las galeras como si fueran taxis.

A mi izquierda un pintoresco y pequeño bar, de donde se difundía una extraña música.

Caminamos un poco más mientras pasábamos de largo el acogedor parque, para luego encontrarnos de frente con unas rejas negras. Al otro lado de las rejas había un hermoso lugar que yo nunca describiría como una simple torre.

¡El lugar parecía un castillo salido de los cuentos! Hecho de ladrillos color arena, se extendía por el lugar demostrando lo enorme que era. Torres altas a su alrededor con pequeñas ventanas que me decían los pisos que podría llegar a recorrer.

Las montañas se podían ver atrás, lo que me demostraba que podría tener una linda vista dependiendo del lugar donde me quede. A su alrededor miles de árboles, flores de vivos colores, arbustos con pequeñas florecillas. Era simplemente hermoso.

Di un par de pasos pasando el enrejado negro, una sonrisa se dibujaba en mi rostro: —Bienvenidos a vuestro hogar—dijo Aengus volteando a vernos, este extendía sus brazos como si esperara algún abrazo de cualquiera de nosotros.

Lo primero que pensé fue caminar por el hermoso jardín que se abría ante mis ojos. Pero como era de esperarse, nadie compartió ese pensamiento conmigo: —Sígannos por favor—dijo la señora Copelan caminando a hacia la entrada de “la torre”, esta entrada era un puerta doble de madera.

Camine detrás de todos sin quitar la vista del hermoso lugar. Al cruzar la puerta me encontré con un hermoso recibidor.

El lugar era muy iluminado, además de que las paredes blancas lo hacían ver así. Frente a mi había una arco en la pared que dejaba ver otra habitación. A mi lado izquierdo había unas escaleras curvas.

El consejo camino hasta la habitación que se abría frente a nosotros. Esta estaba más obscura ya que en la pared más alejada había un ventanal enorme y este tenía unas cortinas que impedían el paso de la luz natural.

Con elegancia, la directora camino hasta el ventanal y haciendo unos lentos movimientos con las manos las cortinas se levantaron permitiendo ver mejor el lugar.

Frente a la directora había un par de escalones formando una especie de plataforma donde descansaba—al lado derecho—un piano de cola blanco. Al lado izquierdo había una maseta redonda—también blanca—con unos pequeños rosales. En el techo había una lámpara con pequeños cristales colgando de ella.

A mi izquierda y derecha había otros arcos abriéndonos paso a otras habitaciones: —Ahí—él señor Copelan señalo a mi derecha—se podría decir que es el despacho de Brannagh, y a la izquierda hay una especie de sala de estar que luego conocerán.

Caminamos fuera de esa habitación y empezamos a subir las escaleras. En el segundo piso se abrían dos pasillos—a mi derecha e izquierda—. Caminamos por el largo pasillo de la izquierda viendo distintas entradas a cada lado de comedores, bibliotecas, habitaciones, salas de estar… Era exagerado el tamaño de este lugar.

El pasillo se hacía un poco empinado y curvo. Con cada paso que dábamos veíamos cuadros colgados en la pared—la mayoría de hermosos paisajes—. Se había vuelto cansón caminar el largo pasillo y no llegar a ningún lugar.

Finalmente todos se detuvieron: —Estas serán sus habitaciones—dijo Aengus señalando tres puertas, dos del lado izquierdo y una del derecho—, escojan las que más les agrade.

Y sin decir una palabra más, los ancianos dejaron las maletas en el pasillo y siguieron caminando el resto del pasillo.

— ¿Cuál quieres? —dijo Andrew acercándose a mí.

—Me parece igual—sonreí tomando mis maletas—, ¿Cuál quieres tu Jonathan?

Este se veía pensativo: —Eh, esa—señalo una puerta al lado izquierdo. Tomo sus maletas y sin decir nada más se adentró a su nueva habitación.

Extraño. Suspire y camine hasta la puerta de mi derecha: —Nos vemos en un rato linda—dijo Andrew y yo le sonreí antes de entrar a mi habitación.

Las luces estaban apagadas y solo un poco de luz se colaba por la ventana—cubierta por una cortina—en la pared frente a mí.

Deje las maletas en la puerta y camine tropezando un par de veces con mis propios pies hasta llegar a la ventana y abrir las cortinas.

La vista era hermosa, y descubrí que en el jardín había una pequeña fuente de un agua verdosa. A lo lejos se veían unas montañas y los arboles decoraban el lugar.

Voltee a ver la habitación encontrándome con una cama matrimonial con un cobertor color crema, esta me llamaba a gritos. El suelo estaba decorado con una alfombra color vino.

A cada lado de la cama—que estaba pegada a la pared del lado izquierdo—había unos pequeños burós con unas lámparas viejas. A diez pasos de la puerta había dos sillones—del mismo color del cobertor—. Frente a la cama había una puerta de madera.

Camine hasta la puerta y la abrí. A mi derecha había un estrecho pasillo donde estaba un gran armario, frente a mi estaba el baño. La ducha con puercas corredizas trasparentes y un espejo de cuerpo entero a mi lado izquierdo.

Salí del baño, ignore mis maletas y acudí al llamado de la cómoda y gran cama que me pedía que descansara en ella.



***

(Jonathan Wilson)

Ignore los detalles de la habitación. Abrí las cortinas y camine hasta el baño para refrescarme.

Así como habían llegado los pocos buenos recuerdos que tenia de mi infancia en este lugar, también había llegado la confusión y esos detalles que no concordaban.

Nunca había hablado con alguien de esto, pero yo sabía que mis padres habían muerto en aquel “accidente”…

El Recuerdo más fuerte de mi niñez, era el que se reproducía seguidas veces en mis sueños… pero sobretodo en este momento.

Esa mañana fue totalmente tranquila y como todas las demás. Despertar, bromear un rato, el desayuno con mis padres—suspiré—… hasta ese momento todo fue normal. Pero entonces los “soldados” por llamarlos de alguna manera—aquellos que protegían la torre del consejo—dieron aviso de que era momento de salir de aquí.

Yo era un niño—apenas 4 años de edad—, y la verdad no comprendía muy bien lo que pasaba.

Los que se negaban a abandonar Dasaamu y el resto de los pueblos hicieron una especie de protesta e impedían que la mayoría de las personas pasaran al bosque y de ahí al portal a la tierra.

La especie más dominante en ese entonces eran los hechiceros—que todo lo asocian con la ciencia—, y muchos de ellos usaban su poder para evitar el paso al bosque.

Mi madre—una bruja—me llevaba en brazos y mi padre nos guiaba por el camino “más seguro” para poder llegar al bosque sanos y salvos… pero no juntos.

En mis ojos se agolpaban las lágrimas y temblaba un poco por el miedo. Los árboles empezaron a aparecer, llagábamos al bosque.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro, pero no duro mucho… ataques de hechiceros venía a nosotros y estos trataban de detenernos: — ¡No tenemos por qué irnos! ¡Deténganse! —gritaban estas personas.

Mi padre se convirtió en dragón y el fuego estaba por todas partes. Mi madre aun corría conmigo en sus brazos.

Llegamos al inicio del bosque donde los hechiceros no nos dejaron avanzar, pero mi madre fue astuta y al ver a una mujer conocida—para ella—camino como pudo.

—Llévalo a la tierra—pidió mi madre entre lágrimas—, espero… poder estar con el luego.

La mujer vestida con una extraña túnica me tomo en brazos como pudo mientras yo lloraba pidiendo que mi madre no se fuera… y ahí quedo el último recuerdo que tuve de ellos.

El resto es historia…

Decidí salir de la torre del consejo y buscar mi antiguo hogar.

Sabía que podría hacerme daño, el tal vez ver esa casa destruida o simplemente deshabitada, pero no importaba… solo quería verla y recordar un poco.

Salí de la torre—pase el enrejado—y tome el camino a mi izquierda. Nuestra casa estaba casi a las afueras, rodeada de muchos árboles.

Mientras caminaba el recuerdo se reproducía como una película en mi mente… una y otra vez. Tal vez esa experiencia… y luego el resto de mi vida, era lo que me hacía parecer tan serio.

Encontré la casa, se veía en mal estado… su típico amarillo estaba casi blanco, quizás por el sol. El jardín estaba lleno de hierbas sin podar y las pequeñas escaleras del pórtico se veían débiles.

Había un poco de brisa, ya empezaba a hacer frio por lo que decidí entrar rápido y volver a la torre.

Subí las escaleras que crujieron con mi peso, tome el pomo de la puerta y abrí. Frente a mi estaba la pequeña sala que recordaba, estaba un poco empolvada… pero no como me imagine que estaría.

El piso era de tablones de madera y su color estaba desgastado. No iba a recorrer toda la casa, pero algo me detuvo. Detalle la sala de estar: dos sillones—uno grande y otro pequeño—, una mesita de té de madera y la chimenea.

Me acerque a la chimenea, fruncí el ceño… emanaba un poco de calor como si hasta hace poco hubiese estado encendida.

Fui a la cocina, en el lavadero había un plato sucio. Subí las escaleras y fui a las únicas dos habitaciones… la mía—que tenía una pequeña cama y muchos juguetes de madera—estaba empolvada como si nadie hubiese pasado por ahí… pero la de mis padres, estaba limpia y la cama estaba usada recientemente.

La sabanas limpias, el piso limpio… ni un rastro de polvo. ¿Quién podría estar aquí?

Baje las escaleras, tenía el ceño fruncido y seguía pensando en quien podría estar aquí… me quedaría a ver.

Salí de la casa y me senté en las escaleras. Frente a la casa estaba el banco del pueblo, recuerdos venían… el circo siempre estaba en un terreno baldío detrás del banco.

Suspire, y decidí caminar mientras esperaba a que ese alguien llegara a mi viejo hogar.

Atravesé la calle al banco y desde ahí vi la enorme carpa de rayas blancas y rojas del circo. Sonreí un poco: —Si estará el circo—susurre y camine al terreno.

Más que alegría, sentía nostalgia ya que la última vez que vine fue con mis padres.

Llegue al lugar en el cual había un ligero olor a animales, era lógico pues aquí había desde elefantes hasta perros…

El lugar era pintoresco. Había gente ensayando con sancos, maquillándose… y todos esperaban para entrar en la carpa.

Camine hasta la carpa y entre sin que me vieran. Todo estaba un poco obscuro, el suelo—al igual que afuera—era pura arena. Había unas gradas de madera donde la gente se sentaba cuando venían a ver el espectáculo.

En la grada más alejada de la entrada estaba un hombre moreno—vestía de saco—, miraba hacia arriba.

Busque con la mirada lo que veía. Una chica estaba haciendo acrobacias en el trapecio, sus movimientos, aunque rápidos, se veían elegantes y delicados. En ese momento salto al siguiente trapecio y se sostuvo con sus piernas.

Quede fascinado con el espectáculo por lo que me quede a verlo hasta que luego de unos minutos la chica se dejó caer en la malla que estaba debajo.

—Estuvo excelente—dijo el hombre acercándose a ella, que tenía una tímida sonrisa—, y por supuesto que estas contratada.

Ella sonrió un poco más y estrecho la mano del hombre, luego camino hacia mí… o mejor dicho, hasta la salida

La mire fijamente detallando su rostro y finas facciones.

Sus expresivos ojos—que demostraban su euforia—eran tan negros como su largo cabello. Su piel era muy blanca, y la hacía ver delicada… nariz perfilada, labios finos.

Pasó a mi lado y me dio un vistazo descubriendo que la observaba a ella, luego sus mejillas se sonrojaron.

La hasta que salió de la carpa, yo también me iría a esperar a quien sea en la vieja casa: —Joven, no debería estar aquí… está prohibido hasta que no empiecen los actos—voltee a ver que quien hablaba era el hombre de saco.

—Yo… lo siento—dije entre cortado.

—Está bien señor—dijo la voz de una chica—, es un amigo que me acompaño a la audición.

Voltee a ver a la chica, y me encontré con unos ojos expresivos: —No debiste hacerlo, deje claro a todos que no podía haber gente a menos que viniera exclusivamente a hacer las audiciones—decía el hombre con voz gruesa.

—Es mi culpa, yo le insistí en que me trajera… pero ya nos vamos—dije para sacar a la chica de apuros.

El hombre nos dio una última mirada seria, luego asintió y llamo al siguiente para la audición.

La chica salió de la carpa y yo fui detrás de ella: —Lo siento si te causo algún problema—trate de alcanzarla.

—No hay problema, después de todo yo decidí “defender” a un desconocido —remarco la palabra desconocido haciendo comillas con sus dedos.

La alcance y toque su brazo para que volteara a verme: —Soy Jonathan Wilson, ya no soy tan desconocido—ofrecí mi mano con una sonrisa.

Sus ojos no mostraban nada que me diera pistas de lo que pensaba. Ella alzo una ceja y tomo mi mano: —Soy Isabeau Chavanel—dijo con su voz baja.

—Fue hermoso eso que hiciste… en tu audición.

Se sonrojo un poco: —Gracias, debo irme… tal vez nos veamos luego—dijo antes de marcharse y despedirse con un saludo de la mano.

Sonreí y empecé a caminar con lentitud hacia mi viejo hogar. Cuando llegue revise de nuevo el lugar encontrándolo de nuevo vacío.

Suspire, “tal vez debía volver mañana a comprobar”, pensé. Vendría cada día a comprobar, tenía que saber quién estaba aquí.

Tome el camino a la torre, de mi cabeza no salían dos cosas: el saber que alguien había usurpado mi hogar, y la chica…. Isabeau.

Trate de ignorar mis propios pensamientos mientras pasaba el enrejado negro que rodeaba la torre. Pase la puerta pensativa y mirando el suelo pero una voz me tomo por sorpresa: — ¿Jonathan? —dijo una chica.

Busque la voz, vi el arco que llevaba al salón y vi una chica rubia que sin detallarla ya la conocía muy bien. Sabía que sus ojos eran azules, su cabello era suave y sobretodo sabía perfectamente que sus labios eran llenos y deseables.

Mis ojos se abrieron como platos: — ¿Samantha? —pregunte sorprendido.

— ¡Amigo! —grito ella eufórica corriendo hacia mí, para luego colgarse de mi cuello.

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