Tenía ya unas dos semanas en Canadá, el lugar era perfecto para pensar y leer—había aprovechado los días para darme cuenta que el tal D.C. sabía mucho más de mi misma que yo—, y a veces para divertirse esquiando.
El tal D.C. tenía toda una investigación sobre las piedras, todos sus poderes y demás.
Puedo decir que todos eran útiles pero sobretodo las piedras del sol y la luna. Su poder era todo lo relacionado con la mente, por ejemplo: la última vez que “mi hermano” me había atacado, el dolor fue solo una ilusión de la mente provocada por la piedra, eso quería decir que bajo su poder estaba la piedra del sol.
Con estas piedras—del sol y la luna—, podríamos controlar la mente en todo sentido, hacer nuestra voluntad… podría hasta lograr que cualquiera olvidara sus más preciados recuerdos.
El resto de las piedras actúan con materiales existentes en la tierra, y debían estar presentes en el momento de usar su poder, por lo cual el día que la directora me dio la piedra del agua no pude ver sus poderes ocultos.
—Cielo, ya deja ese libro viejo—decía mamá rompiendo mi concentración—, diviértete con la familia.
—Mamá me estoy divirtiendo en familia—dije con una media sonrisa.
—No has compartido con tus primas—dijo papá acercándose para abrazar a mamá.
—Es que son más pequeñas, y siempre quieren jugar—dije haciendo un mohín de disgusto.
Yo estaba sentada en un sillón en la recepción del hotel, y afuera con la nieve estaban algunos tíos y tías con sus hijos.
No tenía primos de mi edad, y mucho menos hermanos por lo que era la solitaria de la familia.
No me molestaba estar leyendo mientras ellos se divertían esquiando o tomando chocolate, ya que esto para mí era un método de diversión y pues también de investigación.
Había descubierto ya muchas cosas, menos lo que más necesitaba… el nombre de la persona que había escrito tanta información.
—Quiero que dejes de leer y compartas un poco—dijo papá ya un poco más serio.
—Está bien, los complaceré—dije levantándome del sillón y guardando el diario en mi bolso.
—Esa es nuestra niña—dijo papa besando mi frente para luego alejarse con mamá.
En vez de salir a “compartir en familia”, me escabullí en dirección contraria. Camine por un largo y elegante pasillo viendo diferentes puertas.
Una dirigía a un gran salón, que podría ser para reuniones o fiestas. Otra al parecer era una especie de oficina pero no me decidí a entrar.
Camine un poco más encontrando una especie de biblioteca. Entre sin tocar notando que el espacio era pequeño pero lleno de libros y objetos de valor.
Me puse a ver las estanterías que además de libros tenia pequeños cofres que imagine tendría cosas importantes para el dueño de estas. Entre los cofres había uno que era de una madera muy oscura con figuras talladas en ella.
La curiosidad me quemaba y por eso la tome en mis manos.
Antes de abrirla la detalle con cuidado y vi que las figuras eran unas especie de plumas talladas con mucho cuidado.
La abrí y adentro había un hermoso relicario de plata en forma de corazón. Se veía brillante y hermoso y tenía unas letras grabadas que decían Kelta.
Reconocí ese nombre en el instante en que lo leí, puse de nuevo el pequeño cofre en su lugar y saque el diario de mi bolso que con él me asegure de que el nombre del relicario era el mismo que había escrito D.C.
Tome de nuevo el cofre en mis manos después de guardar el diario, y dudando un poco iba a sacar el relicario pero alguien me descubrió.
— ¿Qué haces aquí?—dijo una voz sería un muy grave.
Voltee a ver quién era, y vi un hombre mayor que no pasaba de los cincuenta. En su cabello castaño ya pintaban algunas canas y sus ojos verdes me eran muy familiares.
El hombre era muy alto y se veía fuerte a pesar de su edad, vestía—al igual que yo—una chaqueta muy gruesa color azul marino por el ambiente frio.
— ¿Qué haces aquí?—Repitió su pregunta—, ¿Quién eres?
—Lo… lo siento—dije entrecortadamente—, no debería estar aquí, disculpe.
—Tienes razón, no deberías estar aquí—dijo con voz firme.
Puse el pequeño cofre en su lugar sin la oportunidad de tomar el relicario y sin poder evitarlo la sangre subió a mis mejillas, no dije más nada y salí por la puerta.
La duda aun me carcomía por dentro, y en algún momento entraría de nuevo y vería ese relicario.
—Espera un momento—escuche la voz del hombre de nuevo detrás de mí.
Me detuve, no había más nadie en el pasillo por lo que lo más seguro era que me hablara a mí.
—Lo siento enserio, no debí entrar ahí—dije volteando a ver al hombre.
—Ya no te disculpes más jovencita—dijo el ahora con una voz más amable—, solo nos vuelvas a hacerlo, esas cosas que están ahí tienen mucho valor para mí.
—Usted es el dueño—dije un poco sorprendida.
—Eh, si… por eso es mi reacción.
—Entiendo, ya no me volveré a entrometer—dije con una sonrisa tímida y sin decir más camine en dirección a la recepción para poder “compartir en familia”.
En uno de estos días, volveré a esa pequeña biblioteca.
***
Los siguientes días habían sido muy ocupados, comprando los regalos para la celebración de la navidad.
No pude entrar de nuevo a la biblioteca, porque cada vez que caminaba por ese pasillo me cruzaba con ese hombre, que ahora sabia—por la recepcionista—que era el dueño del hotel y además de aquel relicario.
Era veinticinco de diciembre, y el árbol de navidad hermosamente decorado de la recepción estaba lleno de regalos tanto de mi familia como del resto de las personas que se hospedaban en el hermoso y pequeño hotel.
La recepcionista me llamo, mientras todos abrían sus regalos y pues yo fui a ver que necesitaba.
—Esto llego para ti hace una semana—dijo ella sacando una carta y una pequeña cajita—, pero tenía órdenes de no entregarlo hasta navidad—sonrió la recepcionista.
—Gracias—dije con una sonrisa y sentándome en el sillón a ver quién había mandado esto.
Primero que nada abrí la carta, estaba escrita con la letra imprenta que más conocía.
“Hola Amor, te sorprenderá que no te haya avisado, o que no te haya enviado esto por correo… pero quería ser un poco romántico.
Te amo tanto, como a nada en el mundo y quiero que pases la mejor navidad… te extraño y ya estoy contando los días para que vuelvas.
Con amor… mucho amor.
Andrew Copela”
Tenía una sonrisa en mi rostro, que nada me la podría quitar.
Abrí la pequeña cajita azul, y adentro había un anillo de plata con una piedra blanca parecida a la piedra de la luna.
Me lo puse en el dedo corazón de mi mano izquierda, como si fuera un símbolo de nuestro amor… las cosas con Andrew cada vez eran más intensas y eso me encantaba.
Guarde la carta en el bolcillo de mi pantalón y me reuní con mi familia a abrir los regalos.
***
Todavía era la noche de navidad, pero ya todos—mis familiares—estaban en sus habitaciones para descansar.
Yo no podía dormir, pensaba en Andrew… y en su regalo, de alguna manera se lo compensaría.
Me levante de mi cama—yo estaba en pijama—y me puse unos zapatos cómodos para salir de la habitación.
Camine por los pasillos del hotel sin saber qué hacer, y luego se me ocurrió.
Me encamine al pasillo donde estaba la pequeña biblioteca, este era el momento perfecto para ver el relicario.
Camine con cuidado de no hacer ruido ya que imagine que esa oficina—la que vi el otro día—era del dueño del hotel, y por supuesto no quería que supiera que precisamente yo estaba por aquí.
Me escabullí por el pasillo y de un momento a otro ya estaba dentro de la biblioteca. Me acerque a los cofres y tome de nuevo el más oscuro. Tropecé con una caja o eso pensé que era ya que todo estaba oscuro.
Abrí el cofre con cuidado para que no se callera, no quería hacer ruido ni que me descubrieran.
Ahí estaba el hermoso relicario con ese nombre grabado: Kelta.
Cuando lo iba a tomar en mis manos la luz de la biblioteca se encendió dejándome paralizada al instante.
—De nuevo tu—dijo una voz detrás de mí.
Con el cofre en mis manos voltee a ver encontrándome al dueño del hotel recostado al marco de la puerta.
—Lo siento—dije nerviosa.
— ¿Eres cleptómana o algo así?—dijo el con un punto de burla en su voz.
— ¡No!... eh yo no pienso robar nada, es solo que…—no sabía que decir, no podía explicar mi necesidad de saber más de este relicario.
El dueño se acercó a mí y sin decir nada saco el relicario de su cofre: —esto es muy valioso, y así como lo es para mí una vez fue para esta chica…Kelta, ella es parte de una leyenda.
Su voz se volvió un susurro para luego apagarse. Eso me confundió… ¿Cómo podría el saber sobre la leyenda?
—Disculpe, pero me podría decir su nombre—dije mirándole con curiosidad.
Él se rio por lo bajo y me miro dulcemente:—Sabía que te darías cuenta Rebeca, yo te conozco bien.
— ¿Disculpe?, es que no entiendo, está diciendo cosas que usted no debería conocer… y ¿Cómo sabe mi nombre?
—Es simple, mi nombre es Daniel Copelan.

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