sábado, 29 de octubre de 2011

Capítulo 28 - Desaparecida.

Andrew salió rápidamente de la habitación y como si de pronto hubiese reaccionado tome la piedra de la luna en mis manos y salí detrás de él.
Sus pasos eran largos por lo que me costó alcanzarle, ya cuando tome su brazo estábamos fuera del edificio Julieth.
— ¡Andrew, espera! —Dije agitada—, no puedes ir ahí y golpearle…
— ¡¿Y qué pretendes?! ¡¿Qué me quede de brazos cruzados?! —dijo el alzando la voz.
Yo le mire desconcertada: —Andrew primero que nada, cálmate…
— ¡No me calmare!
—Pero me puedes escuchar—dije un poco más alto.
—No quiero escuchar nada, no quiero que ese tipo te vuelva a tocar—dijo enojado—, solo de pensar que debes ver clases con él me hierve la sangre, y ahora para rematar te besa.
—Andrew, antes de que hagas algo de lo que te arrepientas…
—No hare nada de lo que me arrepienta—dijo él en un susurro, su mirada era penetrante—, solo le partiré la cara.
Con eso empezó a caminar de nuevo. Yo le seguí, llamándole para que se detuviera aunque sabía que no lo haría.
Mi corazón latía a mil por hora y mientras más nos acercábamos a uno de los edificios de los chicos más nerviosa me ponía… no quería que esto acabara mal.
Cuando me di cuenta Andrew estaba tocando una puerta con mucha fuerza: —Espera Andrew—grite. Pero no sirvió de nada porque cuando llegue a su lado Jonathan abrió la puerta y Andrew lo recibió con un golpe en el mentón.
Jonathan retrocedió un par de pasos y cuando subió la mirada grito: — ¡¿Pero qué te sucede?! ¡¿Por qué me golpeas imbécil?!
— ¡No te acerques más a mi novia! —grito Andrew, sonando lo más posesivo posible.
En ese momento—como si Jonathan hubiese notado mi presencia—entendió lo que sucedía y sonrió maliciosamente.
— ¿Hablas de que Rebeca y yo nos besamos?
Andrew lanzo otro golpe pero Jonathan lo esquivo y le golpeo: —Déjame en paz, si ella no se defiende tu no deberías hacerlo—dijo Jonathan severo.
—Cállate imbécil, y aléjate de ella.
—No lo hare si ella no quiere—Jonathan se tocaba el mentón—, además no escucho que ella protestara luego del beso.
Andrew me miro con ojos abiertos como platos, y como si mi mirada hubiese encendido el botón de la furia se abalanzó contra Jonathan y le golpeo en la mejilla y el estómago.
Jonathan no se quedó de brazos cruzados y golpeo a Andrew en la cara.
Mientras ellos peleaban como animales yo no sabía qué hacer y apreté la piedra de la luna en mis manos.
— ¡Ya paren! —grite y ellos obviamente no me escucharon.
Mi enojo creció y mi respiración se agito y luego Andrew y Jonathan empezaron a gritar. Yo abrí mis ojos como platos viendo como ellos gritaban de dolor llevando sus manos a sus cabezas.
Cayeron al suelo de rodillas—ambos—y luego supe de inmediato que pasaba. Solté la piedra que ahora yacía en el suelo.
Las respiraciones de ambos—al igual que la mía—eran agitadas, yo sin dudarlo me acerque a ellos.
— ¿Están… bien? —pregunte titubeante.
Ambos me miraron asombrados, pude notar los golpes en sus caras—Andrew tenía un ojo golpeado que luego se pondría morado y a Jonathan le sangraba la boca—y de inmediato me sentí preocupada.
La mirada de Andrew se desvió a algo detrás de mí: —Usaste la piedra—susurro.
—Tendré que ayudarte a controlar su poder—dijo Jonathan.
Andrew volteo a verle con el ceño fruncido: —Claro, ella estará encantada—sus palabras y la cólera que venía con ellas me sorprendieron.
—Andrew…—pero el sin decir otra palabra él se levantó del suelo y sin dudar salió de la habitación dando un portazo.
Yo mire la puerta que ahora estaba cerrada y luego mi mirada se desvió a Jonathan.
—Oh por Dios—dije acercándome a la cama y sentándome—, todo esto es mi culpa.
Jonathan se levantó del suelo y se acercó a la piedra para tomarla: —no te preocupes, el té perdonara—dijo Jonathan caminando para luego sentándose a mi lado.
—No lo hará—dije para luego cubrir mi rostro con mis manos.
Suspire, sabía que Andrew ahora estaba más que enojado… pero no podía hablarle aun, tenía que esperar a que se calmara aunque esta situación me pusiera los nervios de punta.
Recordé la pelea, todo lo que había pasado en tan pocos minutos y mire a Jonathan: — ¿Por qué dijiste eso? —susurre.
— ¿Decir qué? —dijo el mientras tocaba su labio inferior que estaba sangrando.
—Decir que yo no proteste por el beso… si lo hice y lo sabes, sabes que quien me beso fuiste tú—dije aumentando el tono de voz cada vez más—. ¡No sé qué pretendes!
Jonathan me miro sereno: —Ni yo sé que me pasa, todo es tan extraño.
—Ahora él está enojado conmigo, cree que te quería besar—susurre como si hablara conmigo misma.
—Lo siento—dijo el susurrando—, los celos hacen de ti lo que quieran…
Cuando dijo esas palabras le mire de inmediato: — ¿Qué cosa?
—No me hagas caso—se acostó en la cama—. Podrías ayudarme con esto, duele demasiado—dijo tocando su labio aun.
—Claro—dije mientras me levantaba e iba al baño.
Revise el baño buscando algo en específico: una toalla.
Cuando la encontré la mojé un poco, y salí del baño: —No importa ensuciar esto con tu sangre—le mostré la toalla.
—No, haz lo que quieras—dijo con su típico tono.
Me senté de nuevo a su lado y limpie la sangre—era mucha—que salía de su boca buscando la herida.
Mientras le limpiaba una pregunta me vino a la cabeza: — ¿Jonathan, que haces aquí en estas fechas?
El me miro unos segundos para luego tomar mi mano y retirarla de su boca: —Como ya sabrás no soy un estudiante común, por algo me propusieron darte las clases de criaturas mitológicas.
—Lo sé, según lo que me dijo la directora eres uno de los alumnos más reconocidos…
—No solo eso, soy investigador—dijo el mirándome—, si no fuera por las investigaciones y por ti ya yo no estaría en este lugar. Además de que me entrenaron muy bien para proteger… ciertas cosas.
— ¿Por mí? ¿Por qué? ¿Qué debes proteger?
—Porque todos sabíamos que algún día vendrías a este internado, y ya estaba todo más o menos planeado.
—Entiendo, todos sabían de mí y de las piedras menos yo—dije medio sonriendo.
—Algo así—el me miro y me sonrió en respuesta. Una de las pocas veces que le vi sonreír y tenía la boca herida.
—Pero, aun no respondes a mi pregunta—dije tomando la piedra de la luna de su mano y poniéndola luego en mi cuello.
El suspiro y supe que su historia no sería nada linda: —Pues, yo soy huérfano.
Le mire, pude ver la tristeza en sus ojos: —Lo siento.
—No lo sientas, es algo que no recuerdo y que normalmente no me afecta.
— ¿Y antes de vivir aquí, donde vivías? —dije con más preguntas en mi cabeza.
—Es algo que no te puedo decir…
— ¿Acaso es en otro mundo? —dije sarcástica, para luego ver su expresión y saber que había acertado—. Viviste en aquel mundo, detrás del portal…—dije un poco asombrada.
— ¿Cómo lo…?—dijo mirándome ceñudo—bueno que más da, últimamente siempre me sorprendes. Y eso es lo que debo proteger, la entrada a ese otro mundo.
— ¿Cómo viviste allá?
—Cada una de las personas que están aquí—dijo mientras se veía pensativo—, obreros, alumnos, profesores, todos… vivieron en ese lugar hasta que supimos que tú y por supuesto tu hermano había vuelto a este mundo.
— ¿Y luego?
—Luego, pues todos los jóvenes de doce a veintidós años fueron algo así como reclutados a esta escuela—dijo recordando—, y el resto de los adultos y pequeños niños fueron enviados al resto del mundo a formar sus vidas como los humanos… que no son. Al pasar el portal que traía a este internado más nadie pudo cruzar el portal porque un sello le protegía y nadie se atrevió a romperlo por miedo a una invasión a nuestro mundo.
— ¿Qué edad tenías tu cuando… yo nací?
—Tenía cuatro años, y si te lo preguntas tuve que vivir en un orfanato porque para esas fechas mis padres murieron en un accidente.
— ¿Murieron aquí? —pregunte con cautela, él supo a lo que me refería.
—No, murieron en el otro mundo.
— ¿Cómo es el otro mundo?
—Es algo así… como otra dimensión—dijo medio sonriendo—, algún día lo conocerás.
— ¿Desde cuándo sabes… que eres Haro? —dije entrecortado.
—Desde la primera vez que me tocaste, ese día que te mostré el tatuaje en mi espalda.
— ¿Por qué yo no lo supe inmediatamente?
—Pues tal vez es porque tengo más experiencia—el me miro, por primera vez note su mirada… ¿dulce?
Pero no duro mucho porque de un momento a otro se levantó de la cama: —Creo que fueron suficientes preguntas, y para ya no provocar más problemas con el imbécil de tu noviecito… ve a arreglar las cosas con él.
Suspire. Él tenía razón, debía ir a hablar con Andrew.
—Gracias por responder mis preguntas—y sin decir nada, le abrace—, no olvides ponerte hielo en la boca… eso se inflamara un poco.
El no dijo nada. Deje de abrazarle y sin decir nada más salí de su habitación para ir a la mía.
Mientras caminaba pensaba que decirle a Andrew. Primero explicarle como sucedió todo y luego contarle mis recuerdos y decirle que Jonathan es Haro… y por supuesto decirle quien es Haro.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta cuando y como llegue tan rápido al edificio Julieth. No me importo y fui directo a mi habitación.
Cuando llegue me recosté en mi cama, tenía mucho que pensar.
Las cosas que hoy me había revelado Jonathan no eran sencillas, y además Andrew invadía mi cabeza.
Voltee la mirada y vi las piedras en la mesita de noche. Habían dos, la del viento y la del agua.
¿Dónde estaba la de la tierra?
Abrí mis ojos como platos, “oh por Dios, ¿Dónde está?”, pensé.
Me incorpore de inmediato y me arrodille en el suelo para buscar debajo de las camas, luego fui al baño y luego en el armario. La piedra no estaba en ningún lugar…
Trate de hacer memoria para saber que hice con ella… y luego recordé que para el sello—que nunca logre reforzar—no la utilice y el señor Copelan la puso a un lado.
Salí de mi habitación a toda prisa y fui directo al edificio administrativo. Corrí hasta las escaleras encontrándome un hombre de camisa blanca y pantalón negro parado donde debería estar la puertecilla.
—Déjeme entrar—exigí un poco agitada.
—Lo siento señorita Rebeca no puedo—lo primero que me vino a la mente fue… “¿Cómo sabe mi nombre?”
—Pero es que deje… una piedra ahí—dije tratando de decir lo menos posible.
—Está bien, pero no diga que la deje pasar—el hombre hizo algunos movimientos para luego lograr que la puertecilla apareciera. Ahí supe que era hechicero.
A toda velocidad baje y me puse a buscar—alumbrada por la luz del portal—, grande fue mi decepción al reconocer que la piedra no estaba ahí.

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