Esa noche estaba muy intranquila. Jonathan luego de explicarme una serie de cosas y de apoyarme en el momento que llame a mis padres para avisarles que no llegaría mañana sino en dos o tres semanas más, se marchó para poner en claro que sería de nosotros estas vacaciones.
Claudia nunca volvió. Imagine que estaría con Víctor pues ya había empacado todas sus cosas.
Estaba acostada sobre mi cama, abrazando el cobertor y dando vueltas para tratar de conciliar el sueño. Por supuesto, con tantas noticias recibidas esta noche lo lógico era que no pudiera dormir.
Me acomode sobre la cama boca arriba, mire el techo unos minutos en los que el nombre “Rosenz” no podía salir de mis pensamientos.
Ese lugar, donde había estado hace ya varios meses tenia nombre… y posiblemente estaría ahí de nuevo en algunos días.
Voltee la mirada para ver el reloj sobre el buró, este marcaba las tres de la madrugada. Dentro de un par de horas más, mis amigos se irían con sus familias, y yo me quedaría.
Suspire. Extrañaba a mis padres y a Jessica—mi mejor amiga—, pero si iba a San Francisco, corría el riesgo de guiar a Ristar hasta mis seres queridos.
No había visto más a Andrew desde que salí de la oficina de su madre, seguro estarían explicándole lo mismo que hace unas horas Jonathan me dijo a mí.
Pasaron más de quince minutos y mi cabeza seguía dando miles de vueltas. Lo curioso es, que pareciera que hubiese llamado a Andrew con el pensamiento, pues cuando él venía a mi habitación de noche siempre tocaba la puerta que daba al balcón un par de veces… era como mi manera de reconocerlo.
Me levante de un salto de mi cama y camine hasta la puerta para abrirla. Al ver a Andrew le abrace y luego le deje pasar a mi habitación.
— ¿Cómo estás? —dijo el en un susurro sentándose en el borde de mi cama.
—La verdad, muy sorprendida… asustada—dije acostándome y abrazando de nuevo el cobertor.
Andrew volteo a verme: —Yo también tengo un poco de miedo—dejo escapar en uno de sus suspiros.
Medio sonreí y le hice señas para que se acostara a mi lado. Hizo lo que pedí para luego pasar su brazo por mi cintura y acercarme más a él.
— ¿Te dijeron lo de Rosenz? —ese nombre resaltaba entre todas mis palabras.
—Sí… el resto es increíble ¿no? —no comprendí.
— ¿A qué te refieres?
—Que los personajes de los cuentos de fantasía que nos contaban de niños… son reales.
—Es un gran método para que las historias sean buenas y lleguen a ser muy famosas—sonreí—, mientras más reales… más increíbles.
Andrew rió muy bajo: —Tienes razón—beso mi frente—. Mi madre me dijo, que estos meses no solo estuvieron buscando a Raimundo… sino también preparando el otro mundo.
— ¿Cómo así? —nuestras voces volvieron a ser serias.
—Durante estos meses, aunque no lo hayamos notado, los ancianos y mis padres iban al Rosenz a prepararlo para nuestra llegada—se explicó—. Eso explica por qué mi padre interrumpía sus investigaciones para venir.
—También lo hacía para venir a verte.
—Puede ser, pero también vino por Rosenz.
Nos quedamos en silencio un rato. El tema de su padre y sus visitas era delicado, sabía que a Andrew le afectaba su ausencia… y ahora más al saber que lo que lo traía aquí no era solo él, sino más cosas de sus trabajos.
—Todo está preparado… dentro de un par de días pasaremos el portal—dijo Andrew luego del largo silencio.
—Te lo dijo tu madre—afirmé.
Andrew asintió: —Lo tenían planeado mucho antes de que nos dijeran que no viajaríamos a San Francisco.
—Lo imaginé—no quería hablar sobre estas cosas. Solo quería estar con él, por lo que me acerque, le di un ligero beso en los labios y me acurruque más cerca para luego cerrar mis ojos y dejar de pensar.
***
Dormir solo un par de horas no era bueno para mí. Tenía un poco de dolor de cabeza, pero a pesar de eso me levante a las cinco de la mañana y salí a despedir a mis amigos.
— ¿Cómo que no iras a San Francisco? —dijo Peter sorprendido.
Mi mejor amigo—y protector—estaba parado frente a mí con sus maletas a un lado: —No, no puedo—susurré.
—Pero dame una explicación al menos—su lado protector salía cuando se trataba de mis problemas.
—Es que… Raimundo escapó—expliqué. En ese momento sus ojos se abrieron como platos—. Estaré en el otro mundo un tiempo…
—Entonces me quedo yo también—dijo decidido.
—No, no es necesario.
—Si lo es, necesito estar a tu lado… apoyarte y sobre todo protegerte Rebeca—en ese momento me abrazó.
No era justo que se quedara aquí por mí: —No puedes quedarte—susurre abrazándole—, ve a ver a tu familia.
—Pero…
—Pero nada—dejé de abrazarle y le di mi mejor sonrisa.
Peter estaba serio. Se cruzó de brazos y reconocí en su expresión que algo pensaba: —haremos algo… como a la mitad del verano me iba a reunir contigo y Andrew en San Francisco, ahora haré lo mismo.
Alcé una ceja: — ¿Vendrás a Rosenz?
—Si a mitad del verano aún no estás en San Francisco, eso haré—al fin sonrió.
En ese momento Mary se reunió con nosotros, le salude con cariño y asentí en dirección a Peter para darle la razón en lo que había dicho.
Se acercaba la hora de que todos—Peter, Mary, Claudia, Víctor y el resto de los alumnos que viajarían—subieran al autobús que les llevaría al aeropuerto.
Me parecía extraño que la directora hubiese dejado ir a Víctor, ya que él estuvo metido en nuestros problemas en diciembre pasado.
Tal vez no sabía el porqué de que estuviera ahí, pero no sería yo quien se lo dijera… no le arruinaría su verano.
Antes de que el autobús partiera, Andrew se reunió conmigo y se despidió de nuestros amigos.
A los pocos minutos el autobús partió, y sin nada más que hacer ahí camine con Andrew hasta mi habitación.
— ¿No quieres desayunar? —preguntó él siguiéndome adentro del edificio.
—No, es muy temprano… la verdad tengo mucho sueño—para ese momento ya estábamos parados frente a la puerta de mi habitación.
Abrí y entre con Andrew pisando mis talones: — ¿Quieres descansar un rato? —sonrió tiernamente.
—Sí, pero no te vayas—dije caminando directamente a mi cama para acostarme.
—No lo hare.
Andrew se estaba acostando en el momento en que alguien empezó a tocar la puerta. El me miro y se levantó de nuevo para ver quién era.
—Buenos días—escuche decir a Andrew—, Rebeca te buscan.
Me levante sin ánimos y camine hasta la puerta encontrándome a Jonathan, su cara estaba seria: —Buenos días—dije frunciendo el ceño.
—La señora Copelan quiere vernos a los tres—dijo sin saludar.
—En unos minutos vamos—dije tomándola punta de mi cabello un poco nerviosa—, ¿quieres… pasar?
—Mejor no—dijo Jonathan. Él me miro una vez más y sin decir nada más se fue.
Camine hasta el baño y vi mí reflejo en el espejo, había una sombra bajo mis ojos… cualquiera notaria lo poco que dormí.
— ¿Por qué ese tipo está metido en todo lo que nos pasa? —dijo Andrew refiriéndose a Jonathan.
—Siempre ha estado—salí del baño para verle.
—Ese es el problema, ¿Cuándo dejara de estar? —su expresión era seria.
—No te preocupes por eso…
—Si lo hago—sonreí un poco, Andrew es un celoso.
Me acerque a él y le bese la mejilla: —Vamos con tu madre.
Íbamos por ese camino tan conocido para poder llegar a la oficina de la señora Copelan… ya no podía pensar en ella como antes, ya que todo lo que me había dicho Jonathan volvía a mi mente.
Llegamos al edificio, no había ni una sola de las personas que ayer se encontraban aquí. Me pareció extraño y me hizo sospechar sobre algunas cosas.
Caminamos hasta la oficina y entramos sin tocar. Ahí—además de la directora—se encontraban cinco hombres, entre ellos el señor Copelan y Jonathan.
—Rebeca, que gusto verte de nuevo—dijo el señor Copelan acercándose y abrazándome, luego saludo a Andrew.
El señor Copelan se situó al lado de los otros hombres. Pude reconocer al que estaba a su lado derecho como Aengus.
Ahora detallándolo mejor, note sus ojos grises que emitían amabilidad. Su barba era corta y canosa como su cabello. Sus pómulos resaltaban, era un poco alto.
Al lado izquierdo del señor Copelan estaban—en este orden—la señora Copelan, luego un hombre de cabello muy negro y sus ojos de un color ámbar. Su cara era fina y su nariz puntiaguda. A simple vista se veía una persona severa y vestía una extraña gabardina de color negro que llegaba hasta sus rodillas.
El otro hombre, tenía una barba un poco larga y canosa al igual que su cabello que llegaba hasta sus hombros, sus ojos eran de un azul muy claro. Era el que se veía mayor entre todos, su ceño estaba fruncido y tenía una mirada que expresaba superioridad.
—Buenos días chicos—dijo la señora Copelan acercándose a nosotros—, luego del día de ayer… queremos que conozcan a alguien.
Sin que me dijeran nada ya sabía a qué se refería, estos hombres formaban el consejo de ancianos. Mire de reojo a Andrew.
—Ellos son Aengus, Udjat y Brannagh—dijo Jonathan, que estaba recostado contra la pared, señalando a cada uno.
—Es un placer—dijimos Andrew y yo a la vez.
—El placer es nuestro—dijo Aengus que sonreía ligeramente, le correspondí la sonrisa.
Todo lo que supe ayer vino a mi cabeza de golpe y miles de ideas se formaron en mi mente. Las próximas semanas se definirían en este momento: el consejo de ancianos estaba reunido.
— ¿Dónde están todas las personas que ayer estaban aquí? —dije con una pequeña sonrisa.
El señor Copelan me miro de una manera extraña y de un momento a otro la comisura de sus labios se alzaron para formar una sonrisa: —Eres muy intuitiva Rebeca… sabes muy bien donde estas esas personas—afirmó.
—Claro que lo sé, pero quiero que me lo confirmen—suspire—. Sé que tengo casi un año en este lugar, pero aun así sigue siendo difícil para mí aceptar tantas cosas en tan poco tiempo.
—Lo sabes, ¿pero aun así quieres que te lo digamos? —Preguntó retóricamente el hombre que correspondía al nombre de Brannagh—. Están en Rosenz, nuestro mundo niña.
—Tranquilo Brannagh—dijo Aengus—, la gente se cansara algún día de tu temperamento.
Brannagh puso sus ojos en blanco y resoplo: —Rebeca, ya hemos aprobado que todos vuelvan a Rosenz… nuestro mundo está preparado para eso y ya lo podemos habitar—dijo Aengus con una sonrisa.
—Eso quiere decir…—dijo Andrew mirando a su madre.
—Si hijo, estarán en Rosenz cuanto tiempo sea necesario—dijo ella haciendo gestos con sus manos—. Quiero que preparen todas sus cosas, incluyéndote Jonathan.
Mientras la directora hablaba, mi mirada recorría todo el lugar encontrando en la vitrina que estaba a mi izquierda las cinco piedras—agua, viento, fuego, tierra, luna y sol—, deje escapar un suspiro de puro alivio… era extraño como el tenerlas alejadas de mi me preocupaba, no sabía por qué pero así me pasaba.
— ¿Cuándo nos iremos a Rosenz? —dijo Jonathan con su voz seria.
—Lo más pronto posible—respondió el señor Copelan—, nuestro trabajo en el instituto esta calmado hasta finales de agosto, y tenemos que estar al pendiente de lo que pase en Rosenz.
—Cuando estén listos, por favor avísennos—dijo Aengus.
No preste mucha atención a lo que decían ya que ahora observaba detalladamente a los tres “ancianos” que estaban frente a mí. Udjat no había dicho aún la primera palabra, pero su mirada se detenía seguidas veces en mí.
Sentía como si me analizara, y al verlo observarme la piel se me erizaba.
Nuestras miradas se encontraron un momento y luego él se movió de su lugar para buscar en el escritorio de la directora un enorme libro de un color vino y sus bordes dorados.
—Aengus—dijo Udjat en un tono de voz muy bajo y ronco.
Aengus volteo su mirada hacia Udjat y luego asintió en su dirección: —Chicos, alístense y luego vengan de nuevo a la oficina. Si los necesitamos antes les mandaremos a llamar—dijo Aengus con voz serena en forma de despedida.
Mire a Andrew y luego a Jonathan, este último me hizo señas para que saliera de la oficina.
Sin decir más, asentí en dirección a los ancianos y salí de la oficina. Andrew caminaba a mi lado con el ceño fruncido: — ¿Estás pensando lo mismo que yo? —le pregunte ya estando fuera del edificio.
—Eso fue… un poco extraño—dijo Andrew.
—Creo que…—en ese momento Jonathan nos alcanzó—Jonathan ¿Qué fue eso?
—Me imagino que una visión, algo pasa o pasara—Jonathan junto sus labios formando una tensa línea con ellos.
— ¿Qué es ese libro? —pregunto Andrew sin mirar a Jonathan.
—Es el libro de Udjat, se dice que ahí está la historia de todo y de todos. Muchos han tratado de robarlo porque supuestamente contiene toda la historia de la humanidad y que cuando lo abres la primera vez te muestra toda tu vida, hasta el día de tu muerte—explico Jonathan.
—Creo que yo no querría ver que será de mi futuro—dije alzando mis cejas.
—Pero no todos piensan como tú—dijo Andrew sonriendo tiernamente.
Escuche un sonoro suspiro de parte de Jonathan: —Bueno, creo que iré a preparar mis cosas—y sin que yo me lo esperara este se acercó y beso mi frente para luego dejarme sola con Andrew.
Mordí mi labio con nerviosismo y le mire de reojo, su expresión era de puro enojo: —Yo también iré a preparar mis cosas—y sin decir o hacer algo más, se marchó.
***
Empaque el resto de las cosas que me faltaban, como las de aseo personal y ciertas prendas de ropa que quedaban fuera de la maleta.
Revisé todo el armario para comprobar que nada—ni de Claudia ni mío—se quedara y en el fondo encontré una hermosa pintura. Era la pintura que Andrew me había regalado el año pasado.
Le sonreí a la pintura, y sin saber qué hacer con ella la devolvía al lugar en donde la había encontrado. Cuando volviera a casa la buscaría para llevármela.
Estaba lista y ya nada quedaba en la habitación, tome mis maletas y las lleve hasta el pasillo. Luego ya estando fuera, cerré la puerta con mi llave.
Aunque me costó un poco camine por el instituto con mis maletas en mano y un bolso de mano colgado en mi hombro.
Luego de varios tropiezos llegue al edificio administrativo, consiguiendo a los cinco ancianos del consejo platicando en la puerta del lugar.
—Ya estoy lista—arrastre las palabras.
—Déjame ayudarte—dijo el señor Copelan acercándose a mí para tomar una de mis maletas y la pequeña que colgaba de mi hombro.
Mire de reojo a cada anciano. Brannagh miraba la nada, parecía aburrido. Aengus conversaba con la señora Copelan. Esta tenía una larga caja de madera en sus manos.
Los gestos de Aengus—como en cada momento que lo veía—eran amables.
Udjat tenía sus brazos cruzados sobre su pecho y se acercó a mí para ayudarme con mi otra maleta: —gracias—susurre. El solo asintió en mi dirección.
A los pocos minutos Andrew y Jonathan se unieron a nosotros. Jonathan tenía una máscara neutral y Andrew se veía—aún—enojado.
Y preparados—cada quien con lo que tenía que llevar—nos adentramos en el edificio. Caminamos hasta las escaleras y la directora nos abrió la puertecilla del sótano.
Bajamos con cuidado uno por uno. El lugar estaba levemente iluminado por la luz del portal que cambiaba constantemente de color.
Cada uno se paró frente al portal, trague saliva recordando la primera y única vez que lo había pasado.
Mire a Andrew de reojo, él ya me estaba mirando y aunque aún lo sentí enojado tome su mano con fuerza.
Los primeros en pasar fueron cada uno de los ancianos, luego Jonathan y quedamos solos Andrew y yo: — ¿Lista? —pregunto en un susurro.
—Vamos—fue lo que respondí.
Caminamos juntos pasando el portal.
Fue la misma sensación viscosa de aquella vez, luego una fuerza nos llevaba a toda velocidad hacia adelante y al llegar al final nos encontramos con una luz.
Caímos sentados en la tierra—tenía una fuerte sensación de deja vú—, Andrew estaba a mi lado. Jonathan estaba un poco lejos pero camino hasta nosotros y me ayudo a levantar del suelo.
Detalle el bosque—en donde ya antes había estado—y note sus diferencias. Una fuerte brisa me erizo la piel mientras veía el cielo donde habían tres lunas y un sol, un claro naranja coloreaba el cielo como si estuviéramos en el atardecer de este día.
Los arboles a nuestro alrededor perdían sus hojas, estas estaban en el suelo como una alfombra que se extendía por todo el bosque.
En Rosenz era otoño.
El consejo de ancianos—que estaban sonrientes a excepción de Brannagh—nos hizo señas para que le siguiéramos. Estos tomaron nuestras maletas y empezaron a guiarnos por un camino que se abría entre los árboles.
Les seguimos como nos pidieron. Caminamos en silencio todo el recorrido.
Llegamos a un puente hecho de piedras de rio, por lo que se veía brillante al pasar sobre él. Bajo el puente había un rio donde las hojas de los árboles se iban con la suave corriente de este.
Al pasar el puente nos encontramos con más árboles que perdían sus hojas con cada suave brisa. Pero poco a poco los árboles se hacían cada vez más escasos dándonos una hermosa vista de un pueblo.
Había edificios de ladrillos y casas de madera por el lugar y al igual que el bosque había muchas hojas regadas por el suelo.
La gente caminaba de un lugar a otro, cruzaban las calles con tranquilidad y se saludaban con cariño.
Mire de reojo a Andrew—que estaba de mi lado izquierdo—que veía el lugar con una pequeña sonrisa. Luego mire a Jonathan encontrándome con su mirada sobre mí: —bienvenida a Dasaamu, Rebeca—su voz era cálida como si me diera la bienvenida, no solo a un pueblo cualquiera… sino a su hogar.

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